"Un líder es un repartidor de esperanza".
Napoleón Bonaparte, gobernante
y emperador francés (1769-1821).
Todos nos hemos planteado la necesidad de liderar en más de una ocasión, como emprendedores, propietarios de un negocio o responsables de un equipo. Liderar inspira y ayuda a crecer, alcanzando nuevas cotas en nuestra trayectoria profesional. Y aunque el mérito es de todo el equipo, no cabe duda que el liderazgo idóneo es el que guía a la compañía o a un departamento concreto. Sin embargo, y muy a menudo, el líder se siente agobiado, solo y preocupado: sobre sus hombros carga una gran responsabilidad no necesariamente compartida con los demás. Por si no fuera suficiente, y especialmente en la peluquería, el líder está muy expuesto a las críticas, los rumores y las envidias. Se le vigila y espía, pero a la vez se esperan sus consejos y recomendaciones. Un panorama bastante contradictorio pero que refleja el funcionamiento del sector.
Cualquier persona con capacidad de liderazgo suele comunicar aquello en lo que cree, materializando esa especie de fe en sí mismo en forma de productos o servicios. Las emociones se sitúan por delante de la razón, de manera que se prioriza aquello en lo que uno confía por delante de lo que hace. Solo así se logra inspirar y servir de ejemplo a otros.
Ser un líder también supone ser consciente y reconocer que es posible equivocarse e incluso decepcionar a otras personas. Uno gana en influencia y visibilidad, pero resulta imposible complacer a todo el mundo. Hoy en día, las redes sociales difunden una cantidad ingente de información, verídica o falsa, con mayor rapidez. El líder debe ser capaz de gestionar esa intoxicación, quedándose únicamente con lo que le interese. En lugar de perder el tiempo con comentarios maliciosos y poco constructivos, es más interesante prestar atención a los positivos. Y es que la grandeza de un buen líder se mide también por su capacidad de relativizar las cosas, en especial todo aquello que le rodea.
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