"Cuida tu reputación no por vanidad, sino para no
dañar tu obra y por amor a la verdad".
Henri Frederic Amiel,
filósofo y moralista suizo (1821-1881).
Hace pocos días saltaba la noticia a la prensa de cuanto parece ser venía incubándose desde hace tiempo. Una disputa familiar, al mejor estilo de las telenovelas, de una de las empresas con mayor renombre de nuestro sector: Llongueras.
Lluís Llongueras era despedido por su propia hija de una de las empresas que dirigía el afamado y mediático peluquero, argumentando falta de profesionalidad. Una empresa que, en su última declaración de beneficios, arrojaba una cifra de algo menos de la mitad que en el ejercicio anterior.
El mensaje "submarino" que enviaba el alud de información al respecto es el de hija que despide a su propio padre, si bien parece ser que el mismo padre había despedido semanas atrás a su ex mujer y a su hija por un procedimiento similar. De todas formas, un triste motivo para estar en primera línea informativa, que en nada beneficia a la marca.
Parecido caso de ignominia o pérdida de deshonor y prestigio, salvando las distancias, está sucediendo en Francia con la mujer más rica del país y la mayor accionista de L'Oréal, Liliane Bettencourt, relacionada con un escándalo judicial y denunciada también por su propia descendiente.
Volviendo al caso Llongueras, cabe destacar el valor y reconocimiento de un personaje intrínsecamente mediático, hecho a si mismo, pero que fue capaz de dar una imagen internacional de la peluquería española en el circuito profesional.