"Los demás solo aman y respetan
a los que se aman a si mismos"
Paulo Coelho, novelista
y dramaturgo brasileño (1947)
El debate está en marcha. ¿Se pueden justificar tendencias que influyan en la salud e incluso obliguen a renunciar a la propia esencia de las usuarias? Podemos citar muchos ejemplos: desde dietas draconianas a rostros pálidos, faltos de pecas y manchas cutáneas. Ahora le ha tocado el turno a las mujeres negras, quienes no han dudado en renunciar a sus rizos y tono de piel para adaptarse a los estándares estéticos occidentales. El consumo de alisadores de pelo y cosméticos blanqueadores ha aumentado, aunque ello implique ciertos riesgos para la salud.
La distribución de cremas y jabones con mercurio, inhibidor de la formación de melanina, está prohibida en la Unión Europea y en algunos países africanos. En Estados Unidos, la venta de estos productos es posible siempre que las concentraciones de dicho metal sean inferiores a 1 mg/kg. ¿El motivo? Posibles daños renales, erupciones cutáneas, decoloración y menor resistencia a infecciones bacterianas o de hongos.
Además, se aprecia un nivel más alto de químicos en el organismo de mujeres negras que en las blancas. Esta presencia química puede influir, de forma negativa, en la fertilidad y el embarazo, e incluso incidir en la probabilidad de padecer cáncer. Aun así, algunas comunidades inmigrantes estadounidenses obtienen estos cosméticos a través de algunas webs o comercios.
El pelo afro también está en el punto de mira. En Estados Unidos y otros países se emplea el anglosajón good hair (buen pelo en español) para hacer referencia al cabello liso. Esta expresión encierra connotaciones peyorativas que van más allá de una cuestión capilar y ponen de manifiesto la discriminación hacia el pelo afro y la población de esta etnia. La moda no debería dar pie a renunciar a la esencia de cada uno, y menos aún a jugar con su salud. La tiranía tiene un precio y este puede ser demasiado alto.
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