Hablar de Carlos Oliveras es hablar de peluquería, de estética y de maquillaje, pero no del uso tradicional de estos términos. Carlos Oliveras rompe con los cánones tradicionales porque no cree en ellos. Él lo tiene muy claro, sus conceptos siempre buscan más allá de lo que hay hoy en día en las peluquerías. Es un visionario, un innovador, una mente inquieta que visualiza el futuro del sector, traza el camino a seguir, fija un objetivo y no para hasta conseguirlo.
BEAUTY MARKET: Carlos Oliveras es uno de los más reputados estilistas de hoy, pero ¿cómo empezó a labrarse un nombre?
CARLOS OLIVERAS: Siempre quise ser lo que soy, desde que tenía 5 ó 6 años. Vivía en un pueblo cerca de El Vendrell, en Tarragona, y me llamaba mucho la atención el cabello, cómo iba la gente peinada. Siempre le decía a mi madre que yo quería ser un peluquero reconocido. Y empecé paso a paso. Fui a El Vendrell y con 16 años me presenté en una peluquería y les pregunté si necesitaban a alguien, que no les cobraría nada y que solo quería estar ocupado unas horas diarias. Y así fue como, saliendo cada tarde del colegio, empecé a trabajar en una peluquería. Cuando acabé el colegio, mi padre, que tenía una empresa de construcción y de pinturas, me obligó a trabajar con él, ya que no veía un futuro para mí en la peluquería. Pero cuando tuve los 18 años, reuní el suficiente dinero para pagarme los dos años de una academia en Tarragona.
B.M.: ¿Cuando empezó a destacar?
C.O.: Un año más tarde, un hotel muy importante de Comarruga me ofreció la posibilidad de llevar, durante la temporada estival, su peluquería. Era todo un reto para mí. Esa peluquería nunca había funcionado y pensaban que nunca iba a funcionar. Sin embargo, a partir de ese momento, empezaron a venir gente de Torredembarra, de Calafell, de todos los pueblos de los alrededores para cortarse el pelo. Fue corriéndose la voz y en tres meses no paré de trabajar y de coger un ritmo de trabajo espectacular.
B.M.: ¿Porqué venían los clientes?, ¿era innovador?
C.O.: No, venían porque tenía buenas manos. Era diferente, no estaba manipulado por ninguna escuela en concreto. Hacía que la gente se sintiese cómoda con su cabello, que se sintieran ellos mismos. Sacaba el máximo provecho de lo que tenía cada uno en su cabello, veía sus posibilidades. Tras el éxito, el hotel quería que estuviese con ellos todo el año, pero me tuve que ir al servicio militar.
B.M.: Al terminar el servicio militar, ¿no volvió a trabajar en el hotel?
C.O.: Antes de hacer el servicio militar fui a ver a una de las mejores peluqueras que habían entonces en España, Antonieta Agustí, que tenía un salón en Tarragona. Me presenté y le dije que quería trabajar con ella, pero no necesitaban a nadie en aquel momento. Volví a insistir repetidas veces. Fue tanta la pesadez mía que en medio del servicio militar me llamó y me dijo que tenía una vacante. Pero aún me quedaban cuatro meses de servicio militar. Nada más acabar, el primer día me presenté allí, pero la vacante ya estaba ocupada. Le volví a insistir y por pesado me contrató. Estuve los cinco primeros meses sin cobrar, pero al año ya empecé a despuntar hasta el punto que cuando preguntaban a Antonieta sobre tendencias futuras u otros temas, ella contestaba: preguntárselo a Carlos. En los tres años que estuve allí se abrieron dos salones más y una escuela. A los 22 años ya estaba con el grupo que llevaba el tema internacional. La gente se sorprendía mucho al verme, tan joven, sobre un escenario. Dirigí y arranqué algunos salones en Reus y en Tarragona de la misma cadena, y entonces me llegó una oferta del salón Newlook, en Barcelona.
B.M.: ¿Le fue fácil instalarse en Barcelona?
C.O.: El inico fue muy difícil. Me costó acostumbrarme a las tendencias, a las formas, a una ciudad más grande, a la forma de vida... Pero tras estos primeros meses todo cambió. Pudimos abrir varios salones y empecé a realizar varios stages con Llongueras, Cebado, etc... Tuve la gran oportunidad, a través de Antonieta Agustí, que siempre fue como mi madre mentora, de estar junto a Alberto Cebado meses antes de su muerte. Y me dijo, “Carlos, tú eres de la misma pasta que somos un Cebado y un Llongueras. Tu estarás, de aquí a 20 años, a nuestro mismo nivel.”
B.M.: ¿Y a partir de aquí?
C.O.: Fui a moverme por todo el mundo; estancias en Francia con Jacques Dessange, Alexandre, Jean Marc Maniatis (con el que tengo muy buena relación); en Italia con Aldo Coppola, Rossano Ferreti; en Inglaterra con Vidal Sassoon, Toni & Guy; en Estados unidos con Frédéric Fekkai... Me he movido por todo el mundo interesándome mucho por las creaciones de los grandes estilistas y por los productos, que ahora mismo son los que nos dan un plus en los salones. De aquí viene mi libertad de no casarme con un producto, con ninguna multinacional. Me resulta una gran satisfacción estar siempre al día de las novedades, sin estar atado, para poder escoger el producto que sea.
No me interesan las franquicias. Como mucho, abro una participación a alguno de mis colaboradores. Nunca cedo mi nombre a nadie. Prefiero perder dinero a abrir salones que después pueden ser de medio pelo.
B.M.: Sin embargo, en sus salones apuesta claramente por unos determinados productos.
C.O.: Sí, pero no tengo ningún compromiso con ninguna de estas marcas. Si las tengo es simplemente por la necesidad de mis clientes y por mi predilección por esas líneas. Hay que ser muy observador, saber lo que te piden los clientes. Escuchar y tener lo mejor de lo mejor, el mejor producto. Hay muchas marcas que me van detrás para que tenga sus líneas de productos, pero si no predico con ese producto, siempre digo que no.
B.M.: ¿Cuándo crea su primer salón?
C.O.: Empecé con un salón muy simple en la zona de l’Eixample barcelonés. Y aunque tenía ya un reconocimiento, una habilidad y una clientela potente, preferí probarme como empresario en este salón antes que en una zona de alto standing. No es lo mismo ser un gran profesional que ser un buen empresario, y preferí empezar así, con un salón-sparring y viendo mis posibilidades. Tras este primer salón, me trasladé a la calle Santa Fe de Nuevo México y luego aquí, a la calle Johan Sebastian Bach.
B.M.: ¿Cómo se definiría como empresario?
C.O.: Me considero un gran estratega. Empecé por hacer una expansión del negocio, pero ahora he reducido y no porque me fuera mal, sino porque creo que, en un momento de batalla, hay que estar muy concentrado. He hecho varios cursos de desarrollo personal, de management, PNL, psicología aplicada a las empresas... y he llegado a la conclusión de que soy un gran estratega. Al llegar esta crisis no esperé a que me pasara por encima, sino que intenté aplicarme a ella. Eliminé un par de salones que me iban muy bien, pero que por el tipo de salón que eran me podrían dar problemas.
B.M.: ¿No le interesan las franquicias?
C.O.: Nada de franquicias. Como mucho, abro una participación a alguno de mis colaboradores. Nunca cedo mi nombre a nadie. Prefiero perder dinero que abrir salones que después pueden ser de medio pelo. Hay gente que trabaja por dinero, pero yo no lo hago por dinero, sino que lo hago por llegar a un estatus, a un reconocimiento. Y si con eso llega el dinero, ese tipo de dinero sí que me gustará. Hace un par de años, a raíz de la muerte de mi padre, decidí no ser un peluquero más, no abrir salones por abrirlos sin tener un objetivo claro. Y un objetivo claro era abrir los mejores salones que hubiesen en España. Ahora tengo los dos mejores salones de Barcelona y estoy pensando abrir en Madrid.
B.M.: ¿Carlos Oliveras es estilista o peluquero?
C.O.: Estilista. Es una palabra más global, tiene más aspectos que el del peluquero básico enfrente del tocador. El estilista es, además, un asesor. En el futuro los peluqueros deberíamos tener un pequeño despacho desde el cual asesorar y cobrar por ello. A veces vamos al médico, al dentista, al psicólogo, y sólo por sentarte ya te cobran, y aún no han empezado ningún tipo de terapia. En nuestra profesión, lo más importante no es el producto, no es la aplicación de ese producto, sino el cómo, cuando, porqué y a quién.
B.M.: ¿Qué es para usted la peluquería?
C.O.: La peluquería es un estado de ánimo. Nunca hay que hacerle a un cliente “lo de siempre”. Tú no sabes si esa mujer que acaba de llegar se acaba de divorciar, si tiene un problema psicológico, si tiene un problema familiar, si tiene un problema empresarial, si está o no en un momento eufórico, si está en un momento depresivo..., y todo eso son estados de ánimo. No viene nadie a cortarse el cabello porque realmente necesite cortárselo, porque por la calle pueden ir perfectamente. Vienen a buscar un entusiasmo, un estado de ánimo.
B.M.: ¿Y cómo trabaja ese estado de ánimo?
C.O.: Es como un interrogatorio policial. Hay unas preguntas muy concretas, muy abiertas que hay que realizar delante del tocador. No concibo la peluquería sin estar al menos 15 minutos debatiendo con el cliente. Tienes que valorar mucho la opinión de esa persona, su modus operandi, cómo vive, sus costumbres, su ritmo de vida, el día a día. Tienes que hacerles un traje a medida, y en nuestra profesión dos y dos no son cuatro. Por eso no creo en una peluquería clonada, en unas técnicas fijas que tengan que seguirlas todo el mundo por igual. No hay dos personas iguales, como no hay dos cabellos iguales.
B.M.: ¿La imagen vale más que mil palabras?
C.O.: Hay momentos en que la imagen que uno brinda no es la imagen que quiere dar, sino la imagen que uno necesita dar para desempeñar el cargo o función que está haciendo. Un político da imagen de seriedad, de pocos cambios. Por eso ofrecemos desde los cortes más transgresores hasta la peluquería más tradicional. No tenemos unos cánones fijos. En cada momento vamos a hacer un traje a medida. Estudiamos las funciones que tiene el cliente en su vida cotidiana. Por mucho que pudiéramos hacerle más atractivo, a veces está más la necesidad de dar otra imagen que no sea la de la atracción. Y para llegar a estas conclusiones debemos conseguir del cliente la información. Estos datos nos van a ir muy bien para escoger el tipo de corte y la aplicación que va a tener. Lo demás ya es ejecutarlo. Nosotros no vamos con rodeos, como hacen otros estilistas, que empiezan sin una idea previa y terminan con un acabado que no acaba bien. Nosotros creamos algo concreto, cortamos aquí, alargamos allá, y aportamos esa seriedad, ese corte más avanzado o esa modernidad, porque lo que ofrecemos es un complemento más de la indumentaria.
B.M.: ¿En que se basa para sus creaciones?
C.O.: Como dice Miró, lo que manda es la materia. Una de las cosas que más me relaja es tocar el cabello. Me relaja y me seda. El cabello me habla, me cuenta sus texturas, sus movimientos, los volúmenes, las formas.
B.M.: También es especialista en el color...
C.O.: Si hay algo que yo tengo de extraordinario, quizás de lo mejor que hay actualmente en el mundo, es la parte de la técnica del color. He dado muchas vueltas en este mundo y no he encontrado profesionales con mis conocimientos. Y todo ello se lo debo a mi padre, y a sus castigos... Cuando mi padre me obligó a trabajar un año en su empresa, me hizo encargado de mezclar los tonos de pintura. Eso me dio una carta de colores y unos matices que difícilmente algún colorista va a tener nunca, porque yo mezclaba y podía quitar un rojo, un amarillo, podía pasar de un extremo a otro... y cuando mezclaba los colores ya pensaba en aplicarlos sobre cualquier materia. En pinturas tengo una paleta de colores que no hay nadie que me pueda superar. La aplicación es sólo la forma, pero además está el contexto: cómo es un color, cómo lo diferencias, cómo lo puedes neutralizar, potenciar...
Saco siempre el máximo partido de la materia prima que tengo entre mis manos, porque cuando empiezas a poner unas técnicas muy rígidas, acabas haciéndolo siempre igual.
B.M.: ¿Un buen corte hace milagros?
C.O.: A veces el estilista se cree que todo se soluciona con un corte, una disección, una eliminación..., y no es así. Nosotros estamos muy metidos en tratamientos y en cuidados: ese es el futuro de nuestro cabello. Esos peluqueros que cortan mucho el cabello, lo que están haciendo es que el huerto acabe destrozado. Tú tienes que podar, sanear y poner en condiciones un cabello para que sea extraordinario. Las técnicas, las modas y las tendencias pasan, pero lo que nunca ha pasado de moda es tener un buen cabello, brillante, de calidad.
B.M.: ¿Cómo le definen sus colegas?
C.O.: Ahora mismo como visionario. He sido un gran colorista, pero ahora mismo no hago color; asesoro pero no lo aplico; he sido un gran estilista del cabello, pero ahora sólo corto a gente muy concreta... ahora soy más un potenciador de colaboradores, soy un coach de mi gente. Aunque cuando veo que desaparezco mucho tiempo del tocador, vuelvo a tocar con los pies en el suelo y me vuelvo a poner delante, con mis cortes. Pero esto es algo esporádico, muy concreto, cuando realmente lo quiero.
B.M.: ¿Y como se define usted?
C.O.: Visionario y prescriptor.
B.M.: Un ejemplo de visión.
C.O.: Para mí, lo más importante son los tratamientos, el cuidado de la piel, la parte médica del tratamiento: células madre, innovación, procesos químicos... productos que vas desarrollando. Esto es lo que nos va a hacer cambiar. Una persona con un problema capilar va al dermatólogo, pero es el peluquero quien sabe mucho más sobre el cabello, porque lo tiene cada día en la mano. Aquí tratamos ese cabello, sabemos lo que le ocurre, realizamos análisis capilares, estudiamos el cabello. Ese es el camino al que vamos, es lo que nos puede hacer diferentes, nos puede especializar. Y es un negocio brutal del que sólo se aprovechan los dermatólogos. Hemos de luchar por nuestro negocio con nuestra armas. Unámonos y digámoslo alto: este es nuestro sector, el sector del cabello, de la piel.
B.M.: ¿Cómo define su estilo?
C.O.: Ecléctico. A través de mis viajes por todo el mundo he ido recogiendo lo mejor de cada filosofía. He estudiado el porqué los grandes estilistas han hecho algo, no el cómo sino el porqué. Tras reflexionar sobre ello, he juntado lo mejor de todas esas filosofías y he creado mi cóctel personal.
B.M.: ¿Y en qué se basa?
C.O.: No ir nunca contra-natura. Saco siempre el máximo partido de la materia prima que tengo entre mis manos, porque cuando empiezas a poner unas técnicas muy rígidas, acabas haciéndolo siempre igual. Si nos ponemos a hacer técnicas de tres cortes por temporada, empobrecemos mucho nuestra profesión. Si hay algo gratificante en nuestra profesión es la de cuidar bien a nuestros clientes. La creación la debemos tener siempre a flor de piel, que es por la que nos pagan; no podemos ser mecánicos.
B.M.: Entonces ¿no cree en las tendencias?
C.O.: Las aplicamos en detalles, en reglas generales. Por ejemplo, ahora se está oscureciendo más el cabello, y vamos hacía unos tonos más fríos. Estas son nuestras tendencias, pero en ningún momento los sistemas que aplicamos son estandarizados. Preferimos trabajar el día a día, no con tendencias.
B.M.: ¿En qué país están los mejores estilistas?
C.O.: Los mejores estilistas están en España, pero no nos sabemos vender. Ni sabemos vender tampoco nuestra profesión. ¿Como vamos a incentivar a la gente, si les estamos vendiendo muchas horas de pie, poco salario, poca gratificación? ¿quién se va a apuntar?
B.M.: ¿Cómo se puede arreglar?
C.O.: Hay que hacer la profesión más atractiva, y una de las maneras es poniendo un prescriptor delante de los demás. Esta es mi función y este es uno de mis objetivos.
B.M.: ¿No hay unión en la peluquería española?
C.O.: Somos uno de los sectores que estamos más divididos. Hay mucho individualismo y ni nos miramos nuestro propio ombligo sino el que tenemos al lado. Hay muchos celos, mucha envidia, mucho ego, mucho apuñalamiento por la espalda. Por eso yo no entro en ningún grupo ni en ninguna línea. Es como los premios, que los dan las multinacionales. ¿Has visto algún ganador del premio Fígaro que no use Revlon?
B.M.: ¿Hacia dónde va la peluquería?
C.O.: Hacia la especialización, hacia la peluquería de autor. Es lo que va a funcionar en el futuro. Las grandes marcas arrolladoras, con más de 200 salones, van a ir a desapareciendo. Al final coexistirán dos líneas, la peluquería de siempre y la de autor. Las peluquerías que no estén bien definidas, que no sepan hacia dónde van, son las que desaparecerán.
B.M.: ¿Qué recomendaría a los jóvenes que desean seguir su profesión?
C.O.: Yo les recomiendo, al principio, no mirar el dinero y mirar más hacia el futuro. Les recomiendo entrar en un gran salón, da igual las condiciones. Aquí no hay universidades, sino grandes maestros, y tienen que estar trabajando con lo mejor. Si te rodeas de "gansos" te será difícil volar como un águila. Hay que aprender de los grandes maestros, no cortar por cortar. Si no tienes a nadie al lado que te rectifique lo que haces mal, llevarás 25 años haciéndolo mal. Lo principal es que se enriquezcan de buenas filosofías, y después que creen su propio estilo.
B.M.: ¿Cuál es su proyecto futuro?
C.O.: Me gustaría abrir un salón en Madrid, bien localizado y no ser sólo el mejor peluquero de Barcelona sino de toda España. Y también abrir uno en una ciudad de primera línea, Londres o París.
B.M.: ¿Cómo se ve en el futuro?
C.O.: Con seis o siete salones muy importantes, y siendo el referente de la peluquería. Y también formando gente. Mi ONG es encarrilar esta profesión, ponerla al nivel que se merece. Lo que busco es que sea una profesión mucho más elitista, y hacer escuela. Actualmente, cinco o seis de los salones más importantes de España son de colaboradores míos. No creo en la actual academia popular y sí en los antiguos artesanados. Hay que volver a retomar la peluquera antigua, mezclarla con la moderna y crear la peluquería del siglo XXI.
B.M.: ¿Cómo es Carlos Oliveras cuando no trabaja?
C.O.: Mi vida personal es la peluquería. Si tú no haces de esto una pasión, será un puesto de trabajo. Y ésta es mi pasión, a veces hasta por delante de mi familia y de mí mismo.
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