Por Mari Carmen Urdangarín,
gerente de IDAGA, Centro Médico Estético en Ondarroa -Bizkaia.

Un solo motivo me llevó a montar mi propio negocio: la pasión. Una pasión que me envolvió a los 15 años, después de acompañar a mi madre a un Centro de Estética. Ese mismo día supe cual era mi camino y que de él haría mi modo de vida. En los primeros momentos no conocía el sector, ni por mi edad ni por estar la estética implantada en aquel momento. Corrían los años 70.

Inicialmente, el único problema al que tuve que hacer frente fue mi propia juventud, pues mis primeras clientas desconfiaban de una profesional tan joven. Además, la falta de cultura estética proporcionaba únicamente la solicitud de servicios básicos, a lo que se añadía una situación económica no demasiado bollante en aquellos tiempos.

Fueron años duros: no existía la aparatología, contábamos únicamente con 3 o 4 marcas que daban sus primeros pasos en el sector profesional, y debo añadir que incluso hubo momentos de verdadera crisis en torno al futuro de la estética profesional, pues aunque la relación con los fabricantes era muy estrecha, teníamos que sobrevivir en un momento en el que la tendencia de la imagen personal caminaba hacia lo natural. El no al maquillaje, a los cosméticos y a la depilación era "religión".

Por suerte, esta situación no duró más que unos pocos años. Entonces llegaron los años 80 y resurgió la mujer de aspecto cuidado, que empezaba a salir de casa para trabajar. Con ella nació una nueva cultura estética. Comenzamos a incorporar los primeros equipos, pero la banca no confiaba en nuestro sector: éramos mujeres y pertenecíamos a un mercado aún desconocido y, por tanto, de alto riesgo. Además, los créditos se situaban en torno a un 20% de interés. Sin embargo, aunque fue una etapa complicada, siempre hubo quien confió en nuestro buen hacer.

Hoy por hoy, pienso que las personas que realmente han elegido la estética por vocación, porque la viven y disfrutan, saldrán adelante. Tenemos pequeñas empresas y, además de ser grandes profesionales, estamos obligadas a ser grandes gestoras y estar muy preparadas, formarnos constantemente y no dejar de compartir experiencias con nuestras compañeras de profesión.

He pasado años en los que trabajaba 10 y 12 horas diarias con un esfuerzo físico y manual muy importante. Así nos ganábamos la vida, pero ahora vivimos de verdad una etapa fascinante gracias a la revolución del láser, que ha cambiado el sector de forma irreversible, se nos han abierto puertas que nunca imaginamos, tenemos centros maravillosos donde trabajar es un placer, y por fin comenzamos a compartir conocimientos y experiencias entre los propios profesionales. Ya no nos vemos como enemigos, sino como competidores que viajan juntos. Para mí hoy, ser esteticista es ser yo misma. Después de 35 años de profesión, me siento muy afortunada.

Y como ahora parece que sólo se habla de crisis, me gustaría hacer un símil: toda mi existencia he vivido en la costa, en un pueblo marinero a orillas del Cantábrico, con un mar que se enfurece a menudo. Cuando a los marinos les sorprende una gran tormenta en alta mar, sujetan muy fuerte el timón, porque saben que el barco es lo que les va a salvar la vida. Así, dejan que las enormes olas les balanceen durante horas o días hasta que, poco a poco, la tormenta pasa delante de ellos. Entonces, vuelve a amanecer y a brillar el sol.

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