El karité (Vitellaria paradoxa), un árbol autóctono de África, y cuyo fruto -recogido casi en su totalidad por mujeres- se utiliza para producir uno de los aceites vegetales más apreciados por la industria cosmética, se está convirtiendo en un instrumento de desarrollo económico en algunos de los países más pobres del mundo. Pero el sector debe recibir más apoyo para beneficiar plenamente a las economías locales.
Según la Global Shea Alliance (GSA), 16 millones de mujeres africanas que viven en la región desde Senegal hasta Sudán del Sur viven o sobreviven de su cosecha, principalmente en áreas rurales. Malí es uno de los principales productores del mundo, junto con Nigeria y Burkina Faso.
Fuerte crecimiento de la demanda
La demanda del producto, utilizado en la producción de alimentos (85%) y productos cosméticos, se ha disparado en los últimos años, impulsada por los consumidores de los países desarrollados que cada vez más quieren comprar productos presentados como orgánicos y naturales. Según Transparency Market Research, el mercado mundial de manteca de karité podría alcanzar los 3,5 mil millones de dólares americanos en 2028. Los Estados Unidos, los Países Bajos, Dinamarca y Francia se encuentran entre los principales importadores de manteca de karité.
Si bien la industria cosmética solo representa una pequeña fracción del mercado mundial de manteca de karité, es un ingrediente clave para el sector, que desempeña un papel importante en el aumento de la demanda mundial. Los ácidos grasos presentes en la manteca de karité se utilizan como agentes opacificantes y tensioactivos. La manteca de karité también se utiliza como emoliente en diversos productos cosméticos, debido a sus propiedades suavizantes para la piel seca. Más allá de los productos para el cuidado de la piel, el cuerpo y el cabello, la manteca de karité se utiliza cada vez más en cosméticos de color.
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Cosechadas principalmente por mujeres, las nueces de karité desempeñan un papel importante en el desarrollo económico de las comunidades rurales africanas. Sin embargo, el sector necesita estructurarse para aprovechar mejor la ganancia inesperada que constituye el recurso.
En la cooperativa de mujeres productoras de manteca de karité de la comunidad rural de Siby (COOPROKASI), cerca de Bamako, Malí, la organización del trabajo se ha profesionalizado desde su creación en 2003. Hay casi 1.000 mujeres trabajando allí. Los salarios permanentes les hacen ganar el equivalente al salario mínimo cada mes, o alrededor de 45.000 francos CFA (70 euros). También hay trabajadores temporales que son pagados por la tarea.
Una vez que se han cosechado las nueces, las mujeres de la cooperativa las pelan para extraer el grano. Luego se tritura, lava y seca varias veces antes de cocinarlo en una olla para producir un líquido oscuro, que se filtra y se elimina de impurezas, lo que resulta en el aceite final, la manteca de karité, que se usa para hacer jabones y cremas y se vende en el pueblo, la capital Bamako y a clientes de todo el mundo.
Aunque es crucial el apoyo, para su mayor conocimiento y desarrollo.