En Irán y Arabia Saudí, las peluquerías y salones de estética son de los pocos lugares donde las jóvenes pueden quitarse el velo. Obligadas por ley a esconder sus cuerpos, iraníes y saudíes gastan más per cápita en cosméticos y peinados que el resto de las mujeres de Oriente Próximo.
Aunque no hay carteles que anuncien el negocio, el trasiego de mujeres que atraen los locales revela que se trata de un salón de belleza. Sin poder exhibir las típicas fotos de modelos espectaculares, su fama depende del boca a boca.
Liberadas de pañuelos y batas, las jóvenes exhiben camisetas de tirantes, pantalones ceñidos e incluso ombligos con piercings, como en cualquier otro lugar; las de más edad, atuendos menos atrevidos, pero modernos.
Los salones de belleza son uno de los escasos lugares fuera de sus casas donde las iraníes y las saudíes se quitan el hiyab (la cobertura islámica). Gracias a que solo hay mujeres. Las iraníes están bendecidas con lustrosos cabellos, pero se quejan de exceso de vello corporal. En la entreplanta, varias esteticistas se afanan dando forma a las cejas y depilando el resto de la cara con un hilo tensado, que deja la piel tan suave como enrojecida. Las iraníes dicen que son muy coquetas, ya que les obligan a cubrir todo el cuerpo, por lo que solo les queda el rostro para expresarse; de ahí que se le dedique tanta atención.
Así es que las mujeres de estos dos países recurren al maquillaje (además de la depilación del rostro y el perfilado de las cejas). Toneladas, si nos atenemos a los 2.000 millones de dólares (unos 1.560 millones de euros), que gastaron en productos de belleza en Irán el año pasado. Ese consumo representa un 29% del mercado de cosméticos de Oriente Próximo, solo por detrás de Arabia Saudí (cuya renta per cápita casi duplica la de Irán). De acuerdo con un estudio recientemente publicado en la prensa local, cada una de los 14 millones de mujeres iraníes de entre 15 y 45 años que viven en ciudades, gasta una media de 5,5 euros al mes en afeites. La cifra resulta significativa cuando el salario mínimo es de 235 euros al mes, y el medio poco más del doble.
Y eso que el maquillaje sigue estando mal visto por los sectores más conservadores. De hecho, funcionarias y estudiantes lo tienen prohibido. Tras la revolución islámica, incluso se ilegalizaron los cosméticos, y patrullas de zelotes borraban la pintura del rostro con estropajo. A mediados de los años noventa, el Gobierno volvió a permitir la importación de pintalabios, sombras de ojos y esmaltes de uñas, aunque todavía hoy la mayoría entran en el país de contrabando.
Importados legalmente o por los canales paralelos, de marca o de imitación, perfumes, cremas y otros artículos de belleza constituyen un negocio seguro en Irán. En los últimos años, con la progresiva liberalización de las compras de productos extranjeros, las tiendas de cosméticos han florecido en todas las ciudades del país, e incluso farmacias y grandes supermercados les dedican una sección. Pero donde mejor se aprecia la importancia que las iraníes atribuyen a la imagen personal es en las peluquerías y salones de estética, a los que en la medida de sus economías acuden con regularidad.
No solo para las bodas o las fiestas (clandestinas) de los fines de semana. Las iraníes se maquillan hasta para ir a la compra. Un paseo por cualquier zona comercial de Teherán lo corrobora. Además, no lo hacen únicamente aquellas en edad de disimular las primeras arrugas, sino incluso las más jóvenes, y dos tercios de los 72 millones de iraníes tienen menos de 30 años. Para muchas, es un signo de rebeldía frente a un régimen que durante tres décadas ha tratado de controlar no solo sus vidas, sino también su apariencia. De ahí que a menudo caigan en el exceso.
El mismo deseo de singularizarse y destacar parece animar el gasto en productos de belleza de las saudíes, que el año pasado alcanzó los 1.870 millones de euros. En un país con apenas 24 millones de habitantes, eso supone uno de los índices per cápita más altos del mundo, y los expertos auguran un crecimiento del 11% en el próximo ejercicio. Pero, además, en su caso, el esfuerzo tiene una audiencia más limitada, ya que la segregación sexual es mucho más estricta que en Irán, y la mayoría de las saudíes aparecen en público no solo ocultas bajo la abaya (equivalente árabe del chador), sino con la cara tapada por el gotwah, un fular negro muy fino que dejan caer por encima del niqab.
¿A quién dedican entonces sus arreglos? Los estrictos vigilantes de la moral del reino, los ulemas que respaldan el Gobierno de los Al Saud, quisieran que solo sus maridos disfrutaran de su contemplación y se mantienen ojo avizor sobre los salones. Incluso los hay, como el jeque Mohamed al Habadan, que se oponen al uso del rímel y opinan que las mujeres solo deberían enseñar un ojo cuando aparecen en público, porque mostrando los dos pueden despertar pensamientos lascivos.